Amor dividido (Capítulo 6)

Publicado en 5 Noviembre 2013

Amor dividido (Capítulo 6)

Cuando Bárbara abrió la caja, dentro vio varias cosas. Curiosamente, cada una de ellas iba destinada a deleitar cada uno de los 5 sentidos. Encontró un CD de música, pétalos de rosa envueltos en un saquito de tela, un peluche, una cajita de bombones y un caleidoscopio. Quien le mandó todo aquello, conocía varias cosas sobre ella. Demasiadas. Sabía que le gustaban las rosas, los peluches, que adoraba comer chocolate y que su juguete favorito de pequeña era un caleidoscopio. Pero por encima de todo eso, la que más le inquietaba, era que sabía donde vivía y no tenía ninguna pista para intentar averiguar quién le había mandado todas esas cosas.

Cuando pensó todo eso, cogió el CD y en él no había nada escrito. Tampoco en la funda. Sin más y nerviosa por la curiosidad, lo puso en el reproductor de CD’s, le dio al play y subió el volumen. Antes de que le diese tiempo a sentarse de nuevo, empezó a sonar la “Serenata de Schubert”. Desde luego, el remitente desconocido tenía un gusto musical exquisito. Bárbara adoraba esa composición. Fue la banda sonora de su vida en muchos momentos y por su cabeza empezaron a surgir recuerdos y vivencias que marcaron su existencia. ¿Quién podía saber todo aquello? Todo era bastante desconcertante a la vez que frustrante. No saber de quién o de donde procedía todo aquello, la tenía en un estado de máxima intriga. Llamó a Sergio para contárselo, pero tenía el móvil apagado. Aún así, le dejó un mensaje en el buzón de voz.

Alberto despertó a la mañana siguiente con resaca. Durante la madrugada se despertó en medio de un sueño, en el que soñaba que él y Bárbara hacían el amor.

Bárbara estaba preciosa. Llevaba puesto un vestido negro, el cual resaltaba sus curvas y dejaba al descubierto sus piernas. Los zapatos de tacón la estilizaban aún más y le daban un aspecto femenino, a la vez que sexy e increíblemente irresistible. Su pelo castaño y ondulado caía sobre sus hombros brillante, como una lluvia de estrellas y sus ojos verdes eran aún más bellos a la luz de la luna. Su piel desprendía un aroma a vainilla, que seducía a Alberto cada vez más. Empezaba a besarla lentamente y con pasión, mientras la desnudaba y le decía al oído palabras llenas de erotismo. Bárbara estaba cada vez más y más excitada y llena de  pasión. Había estado esperando este momento durante demasiado tiempo y sentía que no podía aguantar más.

La siguiente visión que tuvo, fue de él mismo tumbado en la cama y Bárbara encima de él cabalgándole lentamente, para después ir subiendo el ritmo, mientras los 2 se estremecían y se fundían en uno sólo. Alberto acariciaba con deseo el cuerpo de Bárbara y la miraba con lujuria, mientras ella seguía moviéndose cada vez más y más rápido subiendo la intensidad con cada movimiento y expresando lo que estaba sintiendo con gemidos que cada vez eran más fuertes. Finalmente, cuando los 2 estallaron de placer, Bárbara quedó acostada en el pecho de Alberto, mientras que él le acariciaba el pelo y besándole dulcemente en los labios, le decía lo muchísimo que la amaba y que era la mujer y el amor de su vida. Se quedaron así durmiendo, embriagados por la pasión en aquella habitación que había sido el testigo silencioso de su amor sin medidas.

Ese sueño le entristeció tanto, que ahogó sus penas en alcohol y volvió a quedarse durmiendo en el sofá, con una botella de vodka en el suelo y una foto de Bárbara en el pecho. Decidió  no ir ese día a trabajar por varias cosas. La primera, porque físicamente no se encontraba bien. La segunda, porque aunque se encontrara bien, no le apetecía para nada ese día ir a trabajar y la tercera, porque no podría soportar ver a Bárbara después de darse cuenta de que estaba enamorado de ella. Necesitaba tiempo para asimilar que la amaba y que ella jamás le correspondería.

Aunque sabía que más tarde o más temprano tendría que enfrentarse a ella. A su perfume, a su mirada, al sonido de su risa, a su pelo cayendo sobre su espalda, a su forma de andar y a todo lo que formaba parte de lo que para él era el ser más maravilloso que había conocido en su vida. Nunca había sentido algo así por nadie y era demasiado triste, demasiado injusto y demasiado desolador, no poder hacer realidad sus sueños junto a ella. Después de todas las veces que el amor se portó mal con él, deseaba con todas sus fuerzas ser feliz junto a alguien. Y ese alguien, era Bárbara. Su compañera de trabajo y el objeto de su deseo.

Cuando Bárbara llegó a la entrada del bufete, estuvo durante 15 minutos esperando a Alberto. Se había convertido en una costumbre el hecho de hablar un rato antes de entrar a trabajar y comentar juntos todo el trabajo que les esperaba por delante aquel día. Ansiosa, no paraba de mirar el reloj. A la vez, no paraba de pensar en las palabras de Sergio.

“Creo que deberías de darte otra oportunidad. Te lo mereces”.

Ella estaba segura de que realmente se lo merecía, pero era tanto lo que había sufrido, que por nada del mundo deseaba que volviese a repetirse la misma historia. Aunque algo dentro de ella le decía que Alberto era un buen chico y que nunca podría llegar a hacerle algo como lo que Nick le hizo. Así que ahí estaba, esperándole para aclarar todo lo que pasó el día anterior, pero los minutos seguían pasando y no aparecía. Miró con curiosidad el parking, por si había llegado antes que ella, pero su coche no estaba aparcado, por lo que llegó a la conclusión de que por lo que fuese, Alberto ese día no había ido a trabajar y por la hora que era, intuía que no aparecería en toda la mañana.

Sin más, decidió entrar a trabajar con la intriga de no saber lo que estaba pasando, porque sabía que algo raro pasaba aunque no sabía muy bien el que. Ese pensamiento la tuvo en vilo toda la mañana pero a pesar de ello, era mucho el trabajo que tenía por delante aquel día y no podía rezagarse. Ya habría tiempo más tarde para averiguar lo que realmente estaba sucediendo.

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